Mejorar nuestro sistema electoral
A dos semanas de que terminó la temporada electoral, ofrezco mi opinión como un ciudadano más.
Me parece que muchos mexicanos están felices por la finalización de las campañas electorales. Pero no porque estén necesariamente satisfechos con el esfuerzo electoral… sino porque por fin ha acabado el bombardeo inmisericorde de spots de radio y televisión. La “espotiza”, como la han llamado varios, es la expresión más molesta de un sistema electoral que en algunos puntos fundamentales ha perdido el sentido.
México tuvo buenas razones para cambiar sus reglas electorales después de que en 1976, José López Portillo ganó la presidencia con el 100 por ciento de los votos válidos.
Después de seis reformas, para 1997 teníamos ya un sistema mucho más justo que permitió la alternancia de partidos en el poder por primera vez en la historia de México. Cuauhtémoc Cárdenas ganó la jefatura de gobierno del Distrito Federal en 1997 y Vicente Fox la presidencia en el 2000.
Pero la clase política no pudo estar contenta con lo que se había logrado y siguió haciendo cambios al sistema, pero en reversa, con las reformas de 2007 y 2014. Prohibieron, por ejemplo, la contratación de tiempos de radio y televisión para propósitos políticos y confiscaron sin compensación tres minutos de cada hora de tiempo aire de radio y televisión.
El resultado no sólo ha sido un golpe a las emisoras mexicanas, favoreciendo a las extranjeras de cable e internet, sino que se ha limitado el debate político a lo que cabe en un spot de 30 segundos.
Hemos llegado a absurdos. Contratar un anuncio político en una valla en cualquier lugar es legal pero no en un partido de futbol. ¿Por qué? Porque en los estadios hay cámaras de televisión y sólo debemos ver la propaganda que nos imponen en el tiempo que expropian a los medios.
La nueva legislación tiene muchos otros problemas: censura las opiniones y las críticas, crea reglas complejas que los propios tribunales interpretan de forma contradictoria, promueven incentivos para impugnar todos los resultados, con lo que las elecciones no se resuelven en las urnas por el ciudadano, sino en los tribunales por abogados.
La saturación de anuncios ha tenido consecuencias negativas para todos. La principal es que ha irritado al público que debía convencerse de las propuestas de los candidatos. La popularidad de toda la clase política se ha desplomado en consecuencia.
Los mexicanos ya estamos preparados para la democracia. No necesitamos que nos digan qué podemos o no ver en la televisión. Tenemos la capacidad de escuchar argumentos y tomar nuestras propias decisiones.
Hemos tenido ocho reformas políticas desde 1977 y las dos últimas han empeorado las cosas. Claramente la campaña del 2015 nos mostró problemas que hay que corregir.
Éstas son algunas de mis propuestas:
Que los partidos dejen su adicción a los recursos públicos. La financiación pública de los partidos los ha convertido en muchos casos en un negocio más que en un instrumento de unión de los esfuerzos políticos de los ciudadanos.
Que se eliminen los spots gubernamentales y se dé una vez más a ciudadanos y partidos la libertad de contratar tiempos de radio y televisión para expresar sus ideas políticas.
Que se simplifiquen las reglas electorales. Hoy ni el INE ni los tribunales se ponen de acuerdo en su interpretación.
Que se elimine la censura política. Es absurdo prohibir los cuestionamientos entre políticos. Que se introduzcan las mismas reglas de calumnia o daño moral que aplican a cualquier otro ciudadano.
Que se elimine la judicialización de los procesos electorales. La actual legislación genera tantos incentivos para impugnar resultados que muy tonto es quien no lo hace.
Son muchos más los cambios que se pueden hacer a la legislación electoral. Pero el punto es que hay que darle libertad al sistema en lugar de atarlo con reglas, prohibiciones y multas. La política es un arte que se ejerce mejor en libertad.